La educación es el arte de ayudar a crecer, de acompañar el desarrollo integral de cada persona.
P. Marcelino Champagnat
Pedagogía desde y para la solidaridad
Ello inspira un estilo pedagógico marcado por la preferencia al más débil, por la delicadeza, por la entrega generosa, por la no discriminación, por el saber disimular las dificultades ajenas.
Estamos llamados a caracterizarnos por una particular sensibilidad frente a las situaciones de pobreza, límites e injusticias que surgen dentro de la comunidad y en el entorno social.
Atender a los alumnos con mayor dificultad es crear estructuras de apoyo, grupos de recuperación, acompañar pacientemente a quien va con retraso y ofrecerle estímulos.
Pedagogía integral
Que favorece el crecimiento total del alumno; es decir, no sólo se interesa por el aprendizaje, la adquisición de datos, las destrezas y los hábitos, sino que atiende a la persona global.
Nuestros primeros Hermanos ya hacían referencia a “Educar todo el niño”. Hoy este principio sigue orientando nuestro servicio educativo evangelizador. Intentamos una educación personal que acompañe a cada uno según sus necesidades y que favorezca el ambiente humano para la maduración individual.
Pedagogía Participativa
La Pedagogía Participativa marista valora al estudiante como protagonista activo de su aprendizaje. En el aula, se fomenta la escucha, el diálogo y la colaboración, permitiendo que cada voz cuente. El educador marista no impone, sino que acompaña, anima y construye junto a los estudiantes un ambiente de respeto y crecimiento compartido.
Este enfoque también involucra a las familias, invitándolas a participar activamente en la formación integral de sus hijos. Desde el espíritu de familia, se promueve la corresponsabilidad educativa, donde docentes y padres caminan juntos, escuchan y aportan para formar personas comprometidas, libres y solidarias, fieles al carisma de Champagnat.
Pedagogía del testimonio
La Pedagogía del Testimonio marista enseña que el ejemplo cotidiano vale más que mil palabras. El educador no solo transmite valores, sino que los encarna con coherencia, siendo modelo de fe, respeto, responsabilidad y amor al trabajo. En el colegio, el testimonio se hace visible en gestos sencillos: una palabra justa, una actitud de servicio, una presencia cercana y firme.
Este testimonio también se espera de los padres, como primeros educadores. Cuando el hogar y la escuela viven los mismos valores con autenticidad, los niños y jóvenes crecen en confianza y sentido. Así, el testimonio se convierte en semilla fecunda: lo que los adultos son, los jóvenes lo aprenden, lo repiten y lo transforman en esperanza para el mundo.
Pedagogía en y para la vida
La educación en y para la vida es uno de los ejes centrales de la pedagogía marista. No se limita a formar para exámenes o títulos, sino para que niños y jóvenes vivan con sentido, integridad y responsabilidad. Se busca que lo aprendido tenga aplicación real: que los estudiantes sepan dialogar, resolver conflictos, cuidar el entorno y actuar con compasión y justicia.
Este enfoque también inspira a los padres y docentes a educar con mirada amplia, ayudando a los jóvenes a encontrar propósito, cultivar valores y descubrir su vocación personal. Educar para la vida es enseñar a amar, a perseverar, a elegir el bien, a levantarse tras el error. Así, el colegio se convierte en una escuela de humanidad y esperanza.
Pedagogía Marista
Sencillez
La sencillez en la pedagogía marista se trata de actuar con humildad, transparencia y autenticidad en todo momento. Esto implica que los educadores y estudiantes adopten una actitud genuina y abierta, sin pretensiones ni complicaciones innecesarias. Un ejemplo de sencillez puede ser un maestro que prefiere utilizar ejemplos prácticos y un lenguaje accesible en sus enseñanzas, lo cual facilita la comprensión de los conceptos por parte de los estudiantes.
En la práctica, la sencillez también se refleja en la manera en que se presentan y abordan los contenidos educativos, priorizando la claridad sobre la complejidad innecesaria. Al centrarse en lo esencial, los educadores pueden ayudar a los estudiantes a enfocarse en lo más importante y a no perderse en detalles superfluos. Además, la sencillez fomenta un ambiente de aprendizaje más inclusivo, en el que todos los estudiantes, independientemente de sus antecedentes o habilidades, pueden participar plenamente.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que buscar la sencillez no debe significar simplificar excesivamente los temas. Es necesario encontrar un equilibrio que permita abordar los conceptos de manera comprensible, pero sin restarles profundidad. De lo contrario, podríamos correr el riesgo de no ofrecer una educación rica y completa, lo cual podría limitar el desarrollo intelectual y crítico de los estudiantes.
Espíritu de familia
Este pilar es el corazón de nuestra forma de educar: en comunidad, como una gran familia. En un mundo cada vez más fragmentado, el espíritu de familia nos recuerda que nadie camina solo. En el colegio se vive cuando los profesores se sienten hermanos entre ellos y verdaderos acompañantes de sus estudiantes.
En casa, se fortalece cuando las familias cultivan el afecto, el respeto mutuo y la mesa compartida. Cuando papá y mamá no solo exigen, sino también escuchan, celebran y abrazan. El espíritu de familia se ve en los gestos cotidianos: preparar la lonchera con cariño, esperar al hijo con alegría, perdonarse al final del día.
Para los estudiantes, este espíritu se experimenta cuando sienten que su curso es como un hogar, donde pueden equivocarse sin miedo y ser celebrados por sus logros sin envidia. Donde hay lugar para todos, y cada uno es valioso por ser quien es.
Amor al trabajo
San Marcelino Champagnat decía: «Formen buenos cristianos y virtuosos ciudadanos.» Para ello, sabía que el trabajo bien hecho era una escuela de vida. En el colegio, el amor al trabajo se vive cuando los profesores preparan sus clases con esmero, y cuando los estudiantes descubren que cada esfuerzo, aunque pequeño, vale.
En el hogar, este valor se transmite cuando los padres enseñan a sus hijos a cumplir responsabilidades con alegría, desde tender la cama hasta estudiar con disciplina. El trabajo no es solo una obligación, es una forma de amar a los demás, de servir, de construir un mundo mejor desde lo cotidiano.
Para nuestros niños y jóvenes, amar el trabajo es descubrir que estudiar no es solo aprobar, sino crecer. Que dar lo mejor de sí en el aula, en el deporte o en el arte, es parte de su dignidad y su misión. Dios nos ha dado dones, y trabajarlos es agradecerle.
Pedagogía de la presencia
Estar presentes no es solo estar físicamente. Es mirar a los ojos, escuchar con atención, acompañar con el corazón. La pedagogía marista nos invita a vivir una presencia que sea significativa: cercana, empática, constante. En la escuela, esto se traduce en un profesor que no solo enseña, sino que se interesa por cómo está cada estudiante.
En casa, esta presencia se vive cuando mamá o papá apagan el celular para conversar con sus hijos, cuando están disponibles para acompañar en una tarea difícil o en una conversación importante. Estar presentes es decir: “Me importas, estoy aquí para ti”.
Para los estudiantes, esta pedagogía les enseña que no están solos. Que siempre habrá alguien dispuesto a caminar con ellos. Así, también ellos aprenden a estar presentes para sus amigos, siendo apoyo y no indiferencia. Es una forma de construir comunidad desde la ternura.
Devoción Mariana
María, la Buena Madre, es modelo y guía para toda la comunidad educativa marista. Su presencia inspira una pedagogía maternal: firme pero llena de ternura, exigente pero profundamente compasiva. En el colegio, la devoción mariana no se reduce a rezos, sino que se expresa en una forma de educar con el corazón.
En el hogar, cultivar esta devoción es enseñar a los hijos a confiar en María como intercesora y protectora. Es invitar a rezarle en familia, a aprender de su humildad, su fortaleza y su amor sin condiciones. María es madre que acompaña siempre, especialmente en los momentos difíciles.
Para los niños y jóvenes, María es un refugio de amor. Es alguien que los comprende, los anima y los impulsa a ser mejores. Les enseña que ser maristas es confiar en Dios con la misma fe con la que ella dijo “sí” en Nazaret. Con María, ningún joven se siente huérfano.